De todas las experiencias que vivimos, algunas permanecen en nuestra memoria como recuerdos
imposibles de olvidar. Esta es la historia de una de esas experiencias. La
historia de cómo un buen día decidimos recorrer los Pirineos, tocando las aguas
del Mediterráneo, para 34 días más tarde, zambullirnos en las del Cantábrico. La
historia de una travesía entre dos mares.
Todo empieza con un mensaje de Mario, que me propone hacer
algún proyecto interesante y de cierta envergadura, aprovechando un mes y pico que tenemos los dos libre. De entre las ideas que plantea, me atrae la idea de hacer
la Alta Ruta Pirenáica, la cual tenía ya en mente.
Tras un tiempo de preparación y con las mochilas llenas de
ilusión y más quilos de los deseados, ponemos rumbo a Portbou, desde donde
decidimos iniciar esta ruta. Llegamos de noche y caminamos los primeros metros
de nuestra ruta, para dormir alejados del pueblo. Y a la mañana siguiente,
despertamos con un bonito amanecer sobre las calmadas aguas del mar, que nos
hace relajarnos y olvidar por un momento, que eso es solo el inicio del
larguísimo camino que nos queda por recorrer.
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Desde ese amanecer, hasta el atardecer nuboso que nos recibió
en Hendaya, caminamos mucho, sufrimos muchísimo, pero sobre todo disfrutamos
infinitamente de nuestra gran pasión, la montaña. Anduvimos por bosques de mil
colores, vestidos con sus mejores galas y por otros ya desnudos, donde sus
hojas yacían cubriendo el suelo bajo nuestros pies. Ascendimos escarpadas y
heladas cumbres y descendimos a valles escondidos y protegidos entre las
mismas. Contemplamos ibones, cuyas aguas permanecen cautivas e inmóviles y
poderosos torrentes de agua que se abrían paso entre las rocas. Oteamos
horizontes despejados, donde las montañas parecían no tener fin y días en los
que las nubes enraizaban en las profundidades de los valles, pareciendo que su
sitio estuviese en la tierra y no en el cielo.
Colores otoñales en Cataluña
Brumas mañaneras que tardan más que nosotros en levantarse
Mares de nubes,bañando el horizonte
A lo largo del trayecto, no nos vimos ajenos a lesiones,
hambre, sueño, días de mal tempo etc. Sin embargo la constancia y el empeño nos
permitieron acabar una ruta, que más allá de concedernos el éxito ante un reto
deportivo, físico, mental o como quiera catalogarlo cada uno, nos concedió la
oportunidad de ser felices y de darnos cuenta de que por mucha montaña que
pateemos en nuestra vida, siempre quedara algún rincón escondido entre estas
bellas montañas, que aún no hayamos descubierto.
Ibones que duplican la belleza del paisaje a modo de espejo
Primeras nieves de la temporada
Atardeceres de ensueño
Bosques que invitan a perderse en ellos
A nivel personal, regreso satisfecho por haber acabado esta
aventura, pero sobre todo agradecido de haber podido compartirla con un gran
amigo como Mario, del que he aprendido muchísimo y con el que espero poder
compartir muchos más proyectos. MIL GRACIAS COMPAÑERO
Una gran aventura, con un grandísimo compañero y amigo